lunes, 30 de abril de 2012

SACERDOCIO E INTEGRALIDAD DE LA VIDA




P. Higinio Lopera.
SACERDOCIO E INTEGRALIDAD DE LA VIDA

CÓMO ENTIENDO LA INTEGRALIDAD DEL SER-SACERDOTE


1--Deseo compartir una reflexión muy personal con mis entrañables hermanos Sacerdotes  sobre la integralidad de la vida desde lo que nos constituye íntimamente como Sacerdotes, como ministros Ordenados.

El término “integralidad” tiene muchos sentidos: el conjunto de la personalidad, la globalidad de los valores, la armonía totalizante  del ser, el todo mismo que le da sentido a las partes o componentes de la persona, el equilibrio consistente de todas las áreas o zonas del ser, es el todo completo,  etc.

Aquí quiero entenderla como la coherencia en todo lo que pienso y hago desde la esencia misma de mi ser personal. Es algo más que un punto de vista ético y tiene que ver con la totalidad del ser. Por eso quiero hablar de la integralidad del “ser-sacerdote” y no de un simple “actuar-como-sacerdote”, porque este nace precisamente del ser bien entendido.
Esta reflexión me la inspira la asimilación personal e íntima de una obra que he leído no sé cuantas veces en la vida y que en el día a día me habla siempre de algo nuevo que me golpea en lo más profundo: “El Memorial de la vida eclesiástica” de san Juan Eudes.

2--Encuentro que el dato esencial para hablar de la integralidad de la vida del sacerdote es la configuración ontológica con Jesucristo por el sacramento del Orden.
El Sacerdote desde la hondura de su ser ha sido, configurado  (ontológicamente), unido a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Desde el Vaticano II el término se ha hecho lenguaje teológico común:
"Por el sacramento del orden, los presbíteros... quedan sellados con un carácter o marca particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo Cabeza" (PO.2)
Por un sacramento peculiar por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en persona de Cristo Cabeza”(PO,11).
El adjetivo “ontológico” expresa que se afecta la realidad más profunda de la persona que queda sellada, marcada en el ser, el pensar y el actuar, por la unción del Espíritu Santo.
Así, desde el Vaticano II se ha recuperado la teología del Sacerdocio participado  de Jesucristo en función del SER y no solo, en concreto, del ACTUAR  que es consecuencia del SER.

3—Para entender esta configuración con Cristo Sacerdote-Cabeza es necesario contemplar el adorable Sacerdocio de Jesucristo que vamos a continuar, como dice san Juan Eudes, en todas sus voluntades y designios, actitudes  y sentimientos.
El Sacerdocio, no es algo que le resultó a Jesús como una cualidad más de su condición de Mesías y de Salvador.
Cristo Jesús aparece en el Nuevo Testamento como quien “es” y “vive” y “sirve” como Sumo Sacerdote de una manera única, original e irrepetible, como leemos en la Carta a los Hebreos.
Jesucristo no es Sacerdote porque ejerce una función, sino que es Sacerdote porque tiene un  SER CONSAGRADO, entregado absolutamente  a la gloria del Padre y a nuestra salvación. Es sacerdote porque desde su Encarnación  es Ofrenda de Amor, Víctima de la perfecta adoración al Padre (Hb 10, 5ss)
Desde el Sacerdocio de Jesucristo estamos llamados a entender y a vivir nuestro Sacerdocio participado, entendido como:

1º un estado de configuración esencial y existencial con Jesucristo Sacerdote,
2º un estado permanente de Víctima, de Ofrenda de Amor,
3º un actuar en todo en persona de Cristo Cabeza,
4º una presencia viva, encarnada de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, 
5º un vivir y actuar desde dentro con la identidad propia de un ser consagrado.

4—Esta configuración no es transitoria, es algo permanente que cada día se alimenta de la unión íntima con el Señor.
La unión con Jesucristo es de orden ontológico, como se describe en la parábola de la viña (Juan 15, 1-10). Desde luego, se aplica a todo bautizado, pero con mayor exigencia, al ministro ordenado. El verbo griego empleado es meno (=permanecer) y se repite 10 veces con un sentido ontológico, de ser, como lo entendían este término los filósofos griegos.
Esa permanencia al mismo tiempo que es indispensable, se convierte, en la única manera de vivir y de estar configurado con Jesucristo Sacerdote: permaneciendo siempre en Él.

Por el sacramento del orden el Sacerdote  está unido ontológicamente a Cristo, como Único Sacerdote, y recibe la gracia, el poder, para tener un solo sacerdocio con Jesucristo, en el ser, en el pensar y en el actuar.
De tal manera, que la unión a Cristo, no es simplemente algo deseable, algo espiritual optativo, sino fundamental, esencial y es de esa unión ontológica que brotan la identidad más profunda del presbítero, la funcionalidad o ministerialidad y todo cuanto hace el Sacerdote con el único objetivo, sentido y razón de ser: continuar en la tierra  la vida del Sumo Sacerdote  Jesucristo, realmente presente en la Iglesia.

5—Esta configuración viva y actualizada en todo momento, hace que todo en el Sacerdote esté integrado, enfocado, en el ser que ha sellado el Espíritu Santo.
Como Sacerdote que participa del Único Sacerdocio de Jesucristo: no soy un hombre al que se le agrega un  adjetivo más. Por el sacramento configurante del Orden Sagrado, recibo una manera nueva, no adjetiva o accidental, sino esencial de ser, de pensar y de actuar en todo como Sacerdote.
Como Sacerdote debo tener una conciencia continua de coherencia en el ser y el actuar y esforzarme por desenmascarar actitudes y comportamientos supuestamente justificables.
No es fácil la dinámica personal de la coherencia: todos podemos ser muy vulnerables si no vivimos íntimamente  con el Señor.
El Sacerdote puede ser un hombre  dividido en muchas perspectivas y en variados pragmatismos, sin una unidad que le venga precisamente de su configuración ontológica con Jesucristo.
No soy un hombre más que actúa como  cualquier otro en cualquier área de la existencia humana, un profesional más en un área específica, sin tener en cuenta las demás áreas de la vida. Puede que en un profesional no se dé  la integralidad y así pueda decir: “Una cosa es mi profesión, mi vida pública, y otra diferente, mi vida privada, mis relaciones personales”.
El Sacerdote no puede hablar así y menos comportarse con un doble vida, un doble discurso, una esquizofrenia existencial.

6—Precisamentge por que la configuración exige una integralidad permanente de toda la vida del Presbítero, las consecuencias van para largo. Insinúo algunas.
Debo visualizarme en todo tiempo y lugar, mirarme como alguien configurado con Cristo que es don para el servicio de Dios y para el hombre, salvación para todos, verdadero sacramento en el único y gran Sacramento que es Jesucristo Sacerdote.
Por la configuración el Sacerdote  es sacramento como  Cristo, el Sacramento por excelencia, desde su santa Humanidad Glorificada, portadora de salvación.
La configuración con Cristo nos lleva más allá de presidir, de hacer cosas, de funcionar: nos lleva a tomar conciencia de identificamos en todo con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
La configuración con Cristo es hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta ser como nuestro Señor, víctimas, hostias,  signos de contradicción hasta la muerte, como nos previno claramente  el Señor  (Jn 15, 18-19), hasta ser grano de trigo que muere para dar la vida (Juan 12, 24).
Por el sacramento del Orden el Sacerdote, como el Verbo Encarnado, recibe un ser-para-los-demás: para Dios Padre, para Cristo y para la Iglesia y por eso todo en él está destinado al servicio, al ministerio, a la diaconía del amor.
Si el Bautismo nos trae participación de la naturaleza divina, el Orden es participación de la condición ontológica de Jesucristo como Siervo, como Sumo y Eterno Sacerdote.
A algunos les gusta hablar de poder, de autoridad, de jerarquía. Estos conceptos solo tienen sentido desde la configuración para el servicio, para el amor.
Es una bella manera de hablar de las consecuencias de la consagración, de la configuración ontológica con Jesucristo, que nos permite ser, pensar  y actuar, no a nuestra manera como si fuéramos dueños del sacerdocio, sino como quienes actúan en persona de Cristo Cabeza, están siempre en sintonía y en unión con el Corazón de Cristo para continuarlo (Fil 2, 5), y coherentes en todo, son transparencia del Buen Pastor con sus actitudes, sentimientos, voluntades, caridad,  obediencia, pobreza, castidad, servicio, oración, silencio interior.

7--Esta integralidad de la vida del Presbítero, desde la configuración se alimenta y se sostiene con una espiritualidad que nos mantiene en todo momento en un estado de ofrenda de amor como expresión de nuestra vocación a la santidad que no es otro cosa que una vocación al amor divino.
En otras palabras, nuestra espiritualidad sacerdotal es un estado de santidad por la unión íntima, eucarística con Jesucristo el Señor (Jn 15, 1ss), que nos ha configurado para continuar con “hechos” lo que “hizo y enseño” (Hch 1, 1).
La espiritualidad sacerdotal es tan específica que afecta toda la vida y el ministerio y se alimenta del mismo ministerio que nos invita a vivir lo que hacemos en el triple ejercicio ministerial.
Todo en esta espiritualidad es un estado de santidad de vida, no un conjunto de actos episódicos.
El Sacerdote-Santo ha de ser Eucaristía celebrada y vivida por su estado de víctima y de ofrenda de amor. No  es un funcionario público, un profesional más, o alguien que ejerce un oficio: en todas sus acciones es Cuerpo entregado y Sangre derramada, por amor.
La Eucaristía nos ha de mantener en  estado de hostia y de víctima. Aunque esto es para todo cristiano (Rm 12, 1s) en el Sacerdote la exigencia es mayor. “Hagan esto en memoria de mí” (Lc 22, 19). No se trata  de acción, sino de una vida en la que somos con nuestro Adorable Jesucristo, Cuerpo entregado y Sangre derramada.
Una vez más, el estado propio del sacerdote es la santidad,  ese vivir sumergido en la ardiente cercanía de Dios, como en su propio espacio divino. Si está en otro espacio, está en el lugar equivocado.
La santidad desde la consagración  y la configuración con Jesucristo y el ejercicio del ministerio, es la misma caridad pastoral en todas sus dimensiones de servicio al Señor, a la Iglesia, al hombre; y que hace del sacerdote un hombre alegre, generoso, sacrificado, obediente, casto y pobre (PO 13-17) que vive la inmensa y paradójica riqueza de la cruz (In 16,20-33; Gal 4,19; Col 1,24).
Es una santidad, como estado de entrega para todo tiempo y lugar. Dice Benedicto XVI: “Nadie debe tener nunca la sensación de que cumplimos concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos pertenecemos a nosotros mismos” (Abril 5 de 2012).

8—Concluyo. Quiero expresar mi veneración y amor a cada hermano Sacerdote. Deberíamos asombrarnos cada día y dar gracias al Señor por tantos miles y miles de Sacerdotes que viven amorosa, alegre y generosamente su configuración  con Jesucristo Sacerdote y son nuestros benditos y amados pastores “según el Corazón de Dios” (Jer 3, 15). 
A ellos, con sincera admiración, dedico esta frase de san Juan Eudes:
“El Sacerdote es un Jesucristo que vive y camina sobre la tierra. Por eso nuestra vida y costumbres deben ser una imagen viva y perfecta, o mejor una continuación de la vida y costumbres de Jesucristo” (El Memorial de la vida eclesiástica, OC. 3, 189).


Higinio A. Lopera E. Eudista.
Centro san Juan Eudes – Conocoto.
Abril 29 de 2012. Día del Buen Pastor.

1 comentario:

  1. Buenas tardes. Soy Kira Vera del Movimiento Familiar Cristiano. Estoy tratando de contactar al Padre Leonardo Arboleda. me podrian facilitar su email. Gracias y bendiciones

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