P. Higinio Lopera. |
SACERDOCIO E INTEGRALIDAD DE LA VIDA
CÓMO ENTIENDO LA INTEGRALIDAD DEL SER-SACERDOTE
1--Deseo compartir una
reflexión muy personal con mis entrañables hermanos Sacerdotes sobre la integralidad de la vida desde lo que
nos constituye íntimamente como Sacerdotes, como ministros Ordenados.
El término “integralidad” tiene
muchos sentidos: el conjunto de la personalidad, la globalidad de los valores,
la armonía totalizante del ser, el todo
mismo que le da sentido a las partes o componentes de la persona, el equilibrio
consistente de todas las áreas o zonas del ser, es el todo completo, etc.
Aquí quiero entenderla como la
coherencia en todo lo que pienso y hago desde la esencia misma de mi ser
personal. Es algo más que un punto de vista ético y tiene que ver con la
totalidad del ser. Por eso quiero hablar de la integralidad del “ser-sacerdote” y no de un simple “actuar-como-sacerdote”, porque este
nace precisamente del ser bien entendido.
Esta reflexión me la inspira la
asimilación personal e íntima de una obra que he leído no sé cuantas veces en
la vida y que en el día a día me habla siempre de algo nuevo que me golpea en
lo más profundo: “El Memorial de la vida eclesiástica” de san Juan Eudes.
2--Encuentro que el dato
esencial para hablar de la integralidad de la vida del sacerdote es la
configuración ontológica con Jesucristo por el sacramento del Orden.
El Sacerdote desde la
hondura de su ser ha sido, configurado (ontológicamente),
unido a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Desde el Vaticano II el término se
ha hecho lenguaje teológico común:
"Por
el sacramento del orden, los presbíteros... quedan sellados con un carácter o marca particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de
suerte que puedan obrar como en persona
de Cristo Cabeza" (PO.2)
“Por un sacramento peculiar por el que los presbíteros, por
la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal
forma, que pueden obrar en persona de
Cristo Cabeza”(PO,11).
El adjetivo “ontológico” expresa que se afecta la realidad más profunda de la persona que queda sellada, marcada en el ser, el pensar y el actuar, por la unción del Espíritu Santo.
El adjetivo “ontológico” expresa que se afecta la realidad más profunda de la persona que queda sellada, marcada en el ser, el pensar y el actuar, por la unción del Espíritu Santo.
Así, desde el Vaticano II se
ha recuperado la teología del Sacerdocio participado de Jesucristo en función del SER y no solo,
en concreto, del ACTUAR que es
consecuencia del SER.
3—Para entender esta
configuración con Cristo Sacerdote-Cabeza es necesario contemplar el adorable
Sacerdocio de Jesucristo que vamos a continuar, como dice san Juan Eudes, en
todas sus voluntades y designios, actitudes y sentimientos.
El Sacerdocio, no es algo
que le resultó a Jesús como una cualidad más de su condición de Mesías y de
Salvador.
Cristo Jesús aparece en
el Nuevo Testamento como quien “es” y “vive” y “sirve” como Sumo Sacerdote de
una manera única, original e irrepetible, como leemos en la Carta a los
Hebreos.
Jesucristo no es
Sacerdote porque ejerce una función, sino que es Sacerdote porque tiene un SER CONSAGRADO, entregado absolutamente a la gloria del Padre y a nuestra salvación.
Es sacerdote porque desde su Encarnación
es Ofrenda de Amor, Víctima de la perfecta adoración al Padre (Hb 10,
5ss)
Desde el Sacerdocio de Jesucristo estamos llamados a entender y a vivir
nuestro Sacerdocio participado, entendido como:
1º un estado de configuración esencial y existencial con Jesucristo
Sacerdote,
2º un estado permanente de Víctima, de Ofrenda de Amor,
3º un actuar en todo en persona de Cristo Cabeza,
4º una presencia viva, encarnada de Cristo Sacerdote y Buen
Pastor,
5º un vivir y actuar desde dentro con la identidad propia de un ser
consagrado.
4—Esta configuración no
es transitoria, es algo permanente que cada día se alimenta de la unión íntima
con el Señor.
La unión con Jesucristo
es de orden ontológico, como se describe en la parábola de la viña (Juan 15,
1-10). Desde luego, se aplica a todo bautizado, pero con mayor exigencia, al
ministro ordenado. El verbo griego empleado es meno (=permanecer)
y se repite 10 veces con un sentido ontológico, de ser, como lo
entendían este término los filósofos griegos.
Esa permanencia al mismo tiempo que es indispensable, se convierte, en
la única manera de vivir y de estar configurado con Jesucristo Sacerdote:
permaneciendo siempre en Él.
Por el sacramento del
orden el Sacerdote está unido
ontológicamente a Cristo, como Único Sacerdote, y recibe la gracia, el poder,
para tener un solo sacerdocio con
Jesucristo, en el ser, en el pensar y en el actuar.
De tal manera, que la
unión a Cristo, no es simplemente algo deseable, algo espiritual optativo, sino
fundamental, esencial y es de esa unión
ontológica que brotan la identidad más profunda del presbítero, la
funcionalidad o ministerialidad y todo cuanto hace el Sacerdote con el único objetivo,
sentido y razón de ser: continuar en la tierra
la vida del Sumo Sacerdote
Jesucristo, realmente presente en la Iglesia.
5—Esta configuración viva y actualizada en todo
momento, hace que todo en el Sacerdote esté integrado, enfocado, en el ser que
ha sellado el Espíritu Santo.
Como Sacerdote que participa
del Único Sacerdocio de Jesucristo: no soy un hombre al que se le agrega
un adjetivo más. Por el sacramento
configurante del Orden Sagrado, recibo una manera nueva, no adjetiva o
accidental, sino esencial de ser, de pensar y de actuar en todo como Sacerdote.
Como Sacerdote debo tener una
conciencia continua de coherencia en el ser y el actuar y esforzarme por
desenmascarar actitudes y comportamientos supuestamente justificables.
No es fácil la dinámica
personal de la coherencia: todos podemos ser muy vulnerables si no vivimos
íntimamente con el Señor.
El Sacerdote puede ser un
hombre dividido en muchas perspectivas y
en variados pragmatismos, sin una unidad que le venga precisamente de su
configuración ontológica con Jesucristo.
No soy un hombre más que actúa
como cualquier otro en cualquier área de
la existencia humana, un profesional más en un área específica, sin tener en
cuenta las demás áreas de la vida. Puede que en un profesional no se dé la integralidad y así pueda decir: “Una cosa
es mi profesión, mi vida pública, y otra diferente, mi vida privada, mis
relaciones personales”.
El Sacerdote no puede hablar
así y menos comportarse con un doble vida, un doble discurso, una esquizofrenia
existencial.
6—Precisamentge
por que la configuración exige una integralidad permanente de toda la vida del
Presbítero, las consecuencias van para largo. Insinúo algunas.
Debo
visualizarme en todo tiempo y lugar, mirarme como alguien configurado con
Cristo que es don para el servicio de Dios y para el hombre, salvación para
todos, verdadero sacramento en el único y gran Sacramento que es Jesucristo
Sacerdote.
Por la configuración el
Sacerdote es sacramento como Cristo,
el Sacramento por excelencia, desde su santa Humanidad Glorificada, portadora
de salvación.
La configuración
con Cristo nos lleva más allá de presidir, de hacer cosas, de funcionar: nos
lleva a tomar conciencia de identificamos en todo con Cristo Sumo y Eterno
Sacerdote.
La configuración
con Cristo es hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta ser como nuestro
Señor, víctimas, hostias, signos de contradicción
hasta la muerte, como nos previno claramente
el Señor (Jn 15, 18-19), hasta
ser grano de trigo que muere para dar la vida (Juan 12, 24).
Por el sacramento del
Orden el Sacerdote, como el Verbo Encarnado, recibe un ser-para-los-demás: para Dios Padre, para Cristo y para la
Iglesia y por eso todo en él está destinado al servicio, al ministerio, a la
diaconía del amor.
Si el Bautismo nos trae
participación de la naturaleza divina, el Orden es participación de la
condición ontológica de Jesucristo como Siervo, como Sumo y Eterno Sacerdote.
A algunos les gusta
hablar de poder, de autoridad, de jerarquía. Estos conceptos solo tienen
sentido desde la configuración para el servicio, para el amor.
Es una bella manera de
hablar de las consecuencias de la consagración, de la configuración ontológica
con Jesucristo, que nos permite ser, pensar
y actuar, no a nuestra manera como si fuéramos dueños del sacerdocio,
sino como quienes actúan en persona de Cristo Cabeza, están siempre en
sintonía y en unión con el Corazón de Cristo para continuarlo (Fil 2, 5), y
coherentes en todo, son
transparencia del Buen Pastor con sus actitudes, sentimientos, voluntades,
caridad, obediencia,
pobreza, castidad, servicio, oración, silencio interior.
7--Esta integralidad de la vida del Presbítero, desde la configuración
se alimenta y se sostiene con una espiritualidad que nos mantiene en todo
momento en un estado de ofrenda de amor como expresión de nuestra vocación a la
santidad que no es otro cosa que una vocación al amor divino.
En otras
palabras, nuestra espiritualidad sacerdotal es un estado de santidad por la
unión íntima, eucarística con Jesucristo el Señor (Jn 15, 1ss), que nos ha
configurado para continuar con “hechos” lo que “hizo y enseño” (Hch 1, 1).
La espiritualidad sacerdotal es tan
específica que afecta toda la vida y el ministerio y se alimenta del mismo
ministerio que nos invita a vivir lo que hacemos en el triple ejercicio
ministerial.
Todo en esta
espiritualidad es un estado de santidad de vida, no un conjunto de actos
episódicos.
El
Sacerdote-Santo ha de ser Eucaristía celebrada y vivida por su estado de
víctima y de ofrenda de amor. No es un
funcionario público, un profesional más, o alguien que ejerce un oficio: en
todas sus acciones es Cuerpo entregado y Sangre derramada, por amor.
La Eucaristía nos ha de mantener en
estado de hostia y de víctima. Aunque esto es para todo cristiano (Rm
12, 1s) en el Sacerdote la exigencia es mayor. “Hagan esto en memoria de mí”
(Lc 22, 19). No se trata de acción, sino
de una vida en la que somos con nuestro Adorable Jesucristo, Cuerpo entregado y
Sangre derramada.
Una vez más, el estado
propio del sacerdote es la santidad, ese
vivir sumergido en la ardiente cercanía de Dios, como en su propio espacio
divino. Si está en otro espacio, está en el lugar equivocado.
La santidad desde la
consagración y la configuración con
Jesucristo y el ejercicio del ministerio, es la misma caridad pastoral en todas
sus dimensiones de servicio al Señor, a la Iglesia, al hombre; y que hace del
sacerdote un hombre alegre, generoso, sacrificado, obediente, casto y pobre (PO
13-17) que vive la inmensa y paradójica riqueza de la cruz (In 16,20-33; Gal
4,19; Col 1,24).
Es una santidad, como estado de
entrega para todo tiempo y lugar. Dice Benedicto XVI: “Nadie debe tener nunca la sensación de que cumplimos
concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos
pertenecemos a nosotros mismos” (Abril 5 de 2012).
8—Concluyo. Quiero expresar mi veneración y amor a cada hermano
Sacerdote. Deberíamos asombrarnos cada día y dar gracias al Señor por tantos
miles y miles de Sacerdotes que viven amorosa, alegre y generosamente su
configuración con Jesucristo Sacerdote y
son nuestros benditos y amados pastores “según el Corazón de Dios” (Jer 3,
15).
A ellos, con sincera admiración, dedico esta frase de san Juan Eudes:
“El Sacerdote es un Jesucristo que vive y camina sobre la tierra. Por
eso nuestra vida y costumbres deben ser una imagen viva y perfecta, o mejor una
continuación de la vida y costumbres de Jesucristo” (El Memorial de la vida
eclesiástica, OC. 3, 189).
Higinio A. Lopera E. Eudista.
Centro san Juan Eudes – Conocoto.
Abril 29 de 2012. Día del Buen Pastor.
Buenas tardes. Soy Kira Vera del Movimiento Familiar Cristiano. Estoy tratando de contactar al Padre Leonardo Arboleda. me podrian facilitar su email. Gracias y bendiciones
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