jueves, 18 de junio de 2015

EN EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA: ABRAZAR EL FUTURO CON ESPERANZA




Por: P. Amado Perez, cjm
 Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la
globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente
en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).” (N°3,1)

La Congregación vive las mismas circunstancias históricas de la Iglesia y por eso comparte su misma problemática y sus mismas necesidades. Por ello, también en la Congregación se experimenta la disminución de vocaciones, el envejecimiento, las insidias del relativismo, los problemas económicos, el cansancio en la misión e incluso el hastío y el desencanto por el carisma y, en ocasiones, hasta la frustración en el ejercicio y desempeño del ministerio o de la tarea específica confiada. Y este tipo de problemática nos recuerda que no somos una comunidad desencarnada ni “deshistorizada”, sino, por el contrario, somos una congregación inserta en el mundo y en la historia: interpelada por nuestro momento histórico, desafiada por nuestro presente, interrogada por la sociedad e incluso por la misma institución eclesial y sus estructuras; sarandeada por el viento de la historia, guiada por el soplo del Espíritu y recreada por el don de la persona de cada eudista.

Al mirar el futuro de la Congregación, resulta alentadora la intuición de san Juan Eudes: fundar una sociedad de sacerdotes. Podemos preguntarnos muchas veces por qué san Juan Eudes fundó una sociedad de sacerdotes y no una comunidad religiosa, y la respuesta será siempre la misma: porque quería que fuésemos sacerdotes comprometidos en el mundo: consagrados a Dios, pero comprometidos con los hombres; dedicados a Dios, pero al servicio de los hombres; hombres viviendo en el mundo y servidores en el mundo sin ser del mundo, siendo propiedad y pertenencia de Dios.

Nos podemos preguntar también: ¿por qué Juan Eudes eligió la fiesta de la Encarnación para fundar la Congregación? Porque él quiso que la Congregación fuera un signo claro y contundente de la Encarnación del Verbo; porque quiso que fuésemos contempladores y adoradores del Verbo Encarnado, encarnándolo en sus sacerdotes, y encarnándonos en el mundo (cf. O.E. p.29). Esta convicción de Juan Eudes debe alentar nuestra mirada del futuro: ¿Si Juan Eudes quiso que nuestra tarea en la Iglesia fuera sirviendo en el mundo, donde debemos buscar hoy nuestro lugar sino en el mismo?

Nuestro lugar como Eudistas está en medio de los hombres y mujeres que viven y trabajan en este mundo. No tengamos miedo a vivir en el mundo y afrontar sus retos y desafíos, por grandes y difíciles que sean; por el contrario, recordemos siempre que la grandeza, poder y amor de Dios es superior al mundo, y vivamos con la certeza de que el Hijo de Dios ha vencido al mundo y, unidos a él, nos asegura la victoria sobre el mundo.

Esta comprensión debe llenar de esperanza nuestra mirada del futuro y acrecentar nuestra actitud de creyentes frente a temas prioritarios y preocupantes, tales como la identidad del carisma eudista o la realidad vocacional de la Congregación y la Provincia.

Hermanos, no olvidemos que somos hombres de fe, hombres de Dios, hombres de esperanza: ¿Miramos el futuro vocacional de la Congregación y de la Provincia con esperanza? ¿Somos conscientes de que es el Espíritu Santo quien nos va impulsando y quien impulsa la vida de la Congregación, la Provincia, la Región, inquietando el corazón de cada eudista para mostrarnos los nuevos surcos de la obra de la salvación del mundo? ¿Somos dóciles a las mociones del Espíritu Santo en nuestra vida personal, comunitaria y congregacional y dejamos que guíe nuestro accionar pastoral y evangelizador? ¿Vivimos el abandono en Dios, tal como nos lo enseñó y legó san Juan Eudes? ¿Buscamos en nuestra vida y ministerio eudista adorar la Divina Voluntad?

No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes».[4] Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor.” (N°3,3)

El Papa nos exhorta a superar el “absolutismo estadístico”, donde lo que cuenta son los números y las cifras, y también a superar el “positivismo empresarial” donde se mide el resultado por la eficiencia, al margen del valor de la persona humana y en detrimento de ésta. A esta tentación administrativa que domina al mundo hoy, los cristianos y particularmente los Eudistas hemos de anteponer el ejercicio de la caridad y la vivencia de la fraternidad: “tengan a los demás por superiores a ustedes y no busquen su propio interés sino el de los hermanos” (1 Tes 5,13).

También nos invita el Papa a superar el absolutismo del ego y de la suficiencia humana, y a volcar nuestra mirada al Señor, fuente de la Gracia, de fortaleza y de fidelidad. Debemos resistir y rebelarnos ante la idolatría del propio ego, de pensar y creer que antes de mí nada es bueno ni sirve y después de mí nadie lo hará mejor ni superior. Esta tentación idolátrica (egolátrica) debemos frenarla con la virtud de la humildad, tan necesaria y ausente hoy, incluso de nuestro vocabulario y de nuestro estilo de vida. Cuánto bien nos hará recuperar e interiorizar la profesión de humildad de san Juan Eudes:

Señor Jesucristo, sin ti nada somos, nada podemos ni valemos, nada tenemos a no ser nuestros pecados. Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad, últimos de los hombres, primeros de los pecadores. Sea para nosotros la vergüenza y la confusión, y para ti, la gloria y el honor por siempre jamas. Señor Jesucristo, compadécete de nosotros.”

Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sed el presente viviendo activamente en el seno de
vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de
vuestra opción. Sois al mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras
manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un
protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis
enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a
proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro
entusiasmo,” (N°3,4)


El Papa detiene ahora su mirada en los jóvenes y los desafía a refrescar y dinamizar la vida de sus institutos y congregaciones: recuerdo que esta propuesta hizo eco en el P. Pedro Pablo, pues cuando me pidió este servicio de animar el Retiro, para lograr su cometido, usó como palabras persuasivas: “necesitamos sangre nueva”. Y ciertamente la mayoría de quienes formamos la Región del Ecuador “somos jóvenes”. Por tanto, no debemos ser sordos ni indiferentes a la llamada del Papa que nos motiva a dinamizar la vida de nuestra Congregación.

Empecemos preguntándonos qué significa para nosotros ser la cara y la sangre joven de la Provincia y de la Congregación: ¿hay vitalidad y juventud en nosotros, más allá de la edad? ¿Asumimos el ministerio desde el dinamismo propio de la juventud y al servicio de la juventud o llegamos al mismo envejecidos en el espíritu y el pensamiento? Como jóvenes ¿buscamos ejercer el ministerio y la misión creativamente o nos limitamos a repetir los libretos y los formatos preestablecidos? ¿Nuestra manera de trabajar ya en la formación de los futuros pastores, ya en el pastoreo del pueblo de Dios se caracteriza por el entusiasmo, el ímpetu y la creatividad de la juventud, sustentada en la responsabilidad y el compromiso?

El Papa nos recuerda a los consagrados jóvenes lo mismo que ya propuso a los jóvenes del mundo en la JMJ en Río 2013: ser protagonistas de la historia y rebelarnos contra la sociedad del descarte: que descarta a los ancianos, a los enfermos y a quien no es productivo económicamente.

En el contexto propio de la CJM esto significa renovar la vida de la Congregación y la Provincia, y no establecer antagonismos entre los jóvenes y los mayores (ancianos), sino tender puentes entre ellos: armonizando la frescura y generosidad de los jóvenes con la experiencia y la sabiduría de los mayores; los sueños e ideales de los unos con la realización y vivencia de los otros; la alegría y el entusiasmo de la primera llamada, en los primeros, con el gozo de la vida entregada en fidelidad, en los segundos; los miedos y temores de los iniciados con la certeza y firmeza de los experimentados; la pujanza y lozanía de la nueva generación con el sosiego y la reciedumbre de los veteranos.

No se trata, por consiguiente, de actuar llevado del impulso o del capricho del propio parecer, sino de tener la inteligencia y la racionalidad del diálogo que permite construir caminos juntos y descubrir valores comunes.

En lo personal, me entristece y preocupa mucho escuchar que en varias Congregaciones se dice: “desde que los jóvenes (o la nueva generación) asumieron el manejo y la administración, la Provincia o la Comunidad empezó a decaer”. Y me pregunto: ¿Por qué? ¿acaso seguimos los jóvenes cometiendo el mismo pecado de Roboam, que rechazó la sabiduría de los ancianos y se dejó llevar por el parecer impulsivo de sus coetáneos? (cf. 1R 12,8) ¿no tendremos los jóvenes, más bien, que escuchar y aplicar la exhortación del Apóstol a Timoteo: “Que nadie te desprecie por ser joven. Procura, en cambio, ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza” (1 Tim 4,12)?

Avanzando por la vía del dialogo comunitario, guiados por el Espíritu de Jesús y apoyados en la sabiduría de los mayores, muy seguramente encontraremos nuevos caminos, tendremos acierto en los métodos y cosecharemos abundantes frutos de salvación.

Por lo demás, ¿no es también la juventud uno de los temas claves en el discernimiento al interior de la Congregación cuando de gobierno o de representación se trata? El número 129 de las Constituciones afirma: en la elección del Superior General “si obtuvieren el mismo número de votos se preferirá al más joven de edad y, eventualmente de incorporación.”

El papa nos compromete a los Eudistas jóvenes a ser protagonistas del diálogo para que, con la ayuda de los mayores desarrollemos juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio.

El Papa termina invitándonos a valorar lo que me permito llamar “la espiritualidad del encuentro”, de reunirse en el Espíritu de Jesús, descubriendo en ello el camino habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad; lo que en el lenguaje eudista es posible sólo mediante la formación de Jesús en nosotros.


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