Por: P. Amado Perez, cjm |
globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la
irrelevancia social... Precisamente
en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la
fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo
estoy contigo» (Jr 1,8).” (N°3,1)
La Congregación vive las mismas circunstancias
históricas de la Iglesia y por eso comparte su misma problemática y sus mismas
necesidades. Por ello, también en la Congregación se experimenta la disminución
de vocaciones, el envejecimiento, las insidias del relativismo, los problemas
económicos, el cansancio en la misión e incluso el hastío y el desencanto por
el carisma y, en ocasiones, hasta la frustración en el ejercicio y desempeño
del ministerio o de la tarea específica confiada. Y este tipo de problemática
nos recuerda que no somos una comunidad desencarnada ni “deshistorizada”, sino,
por el contrario, somos una congregación
inserta en el mundo y en la historia: interpelada por nuestro momento histórico, desafiada por nuestro presente, interrogada por la sociedad e incluso por la
misma institución eclesial y sus estructuras; sarandeada por el viento de la historia, guiada por el soplo del Espíritu y recreada por el don de la persona de cada eudista.
Al mirar el futuro de la Congregación, resulta
alentadora la intuición de san Juan Eudes: fundar
una sociedad de sacerdotes. Podemos preguntarnos muchas veces por qué san
Juan Eudes fundó una sociedad de sacerdotes y no una comunidad religiosa, y la
respuesta será siempre la misma: porque quería
que fuésemos sacerdotes comprometidos en el mundo: consagrados a Dios, pero comprometidos
con los hombres; dedicados a Dios, pero al servicio de los hombres; hombres
viviendo en el mundo y servidores en el
mundo sin ser del mundo, siendo propiedad y pertenencia de Dios.
Nos podemos preguntar también: ¿por qué Juan Eudes
eligió la fiesta de la Encarnación para fundar la Congregación? Porque él quiso
que la Congregación fuera un signo claro
y contundente de la Encarnación del Verbo; porque quiso que fuésemos
contempladores y adoradores del Verbo Encarnado, encarnándolo en sus
sacerdotes, y encarnándonos en el mundo (cf. O.E. p.29). Esta convicción de
Juan Eudes debe alentar nuestra mirada del futuro: ¿Si Juan Eudes quiso que
nuestra tarea en la Iglesia fuera sirviendo en el mundo, donde debemos buscar
hoy nuestro lugar sino en el mismo?
Nuestro lugar como Eudistas está en medio de los
hombres y mujeres que viven y trabajan en este mundo. No tengamos miedo a vivir en el mundo y afrontar sus retos y desafíos,
por grandes y difíciles que sean; por el contrario, recordemos siempre que
la grandeza, poder y amor de Dios es superior al mundo, y vivamos con la
certeza de que el Hijo de Dios ha
vencido al mundo y, unidos a él, nos asegura la victoria sobre el mundo.
Esta comprensión debe llenar de esperanza nuestra
mirada del futuro y acrecentar nuestra actitud de creyentes frente a temas
prioritarios y preocupantes, tales como la identidad del carisma eudista o la
realidad vocacional de la Congregación y la Provincia.
Hermanos, no olvidemos que somos hombres de fe, hombres
de Dios, hombres de esperanza: ¿Miramos el futuro vocacional de la
Congregación y de la Provincia con esperanza? ¿Somos conscientes de que es el
Espíritu Santo quien nos va impulsando y quien impulsa la vida de la
Congregación, la Provincia, la Región, inquietando el corazón de cada eudista
para mostrarnos los nuevos surcos de la obra de la salvación del mundo? ¿Somos
dóciles a las mociones del Espíritu Santo en nuestra vida personal, comunitaria
y congregacional y dejamos que guíe nuestro accionar pastoral y evangelizador?
¿Vivimos el abandono en Dios, tal como nos lo enseñó y legó san Juan Eudes?
¿Buscamos en nuestra vida y ministerio eudista adorar la Divina Voluntad?
“No hay que ceder a la
tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las
propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento
presente en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los
profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida
consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta
san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes».[4] Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza
en el Señor.”
(N°3,3)
El Papa nos exhorta a superar el “absolutismo
estadístico”, donde lo que cuenta son los números y las cifras, y también a
superar el “positivismo empresarial” donde se mide el resultado por la
eficiencia, al margen del valor de la persona humana y en detrimento de ésta. A
esta tentación administrativa que domina al mundo hoy, los cristianos y
particularmente los Eudistas hemos de anteponer el ejercicio de la caridad y la
vivencia de la fraternidad: “tengan a los demás por superiores a ustedes y no
busquen su propio interés sino el de los hermanos” (1 Tes 5,13).
También nos invita el Papa a superar el absolutismo
del ego y de la suficiencia humana, y a volcar nuestra mirada al Señor, fuente
de la Gracia, de fortaleza y de fidelidad. Debemos resistir y rebelarnos ante
la idolatría del propio ego, de pensar y creer que antes de mí nada es bueno ni
sirve y después de mí nadie lo hará mejor ni superior. Esta tentación
idolátrica (egolátrica) debemos frenarla con la virtud de la humildad, tan
necesaria y ausente hoy, incluso de nuestro vocabulario y de nuestro estilo de
vida. Cuánto bien nos hará recuperar e interiorizar la profesión de humildad de
san Juan Eudes:
“Señor
Jesucristo, sin ti nada somos, nada podemos ni valemos, nada tenemos a no ser
nuestros pecados. Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad, últimos de
los hombres, primeros de los pecadores. Sea para nosotros la vergüenza y la
confusión, y para ti, la gloria y el honor por siempre jamas. Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros.”
“Me dirijo
sobre todo a vosotros, jóvenes. Sed el presente
viviendo activamente en el seno de
vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con
la frescura y la generosidad de
vuestra opción. Sois al
mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras
manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la
misión. Este año tendréis un
protagonismo en el diálogo con la generación que os
precede. En comunión fraterna, podréis
enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a
proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la
pujanza y lozanía de vuestro
entusiasmo,” (N°3,4)
El Papa detiene ahora su mirada en los jóvenes y
los desafía a refrescar y dinamizar la vida de sus institutos y congregaciones:
recuerdo que esta propuesta hizo eco en el P. Pedro Pablo, pues cuando me pidió
este servicio de animar el Retiro, para lograr su cometido, usó como palabras
persuasivas: “necesitamos sangre nueva”.
Y ciertamente la mayoría de quienes formamos la Región del Ecuador “somos
jóvenes”. Por tanto, no debemos ser sordos ni indiferentes a la llamada del
Papa que nos motiva a dinamizar la vida de nuestra Congregación.
Empecemos preguntándonos qué significa para
nosotros ser la cara y la sangre joven de la Provincia y de la Congregación:
¿hay vitalidad y juventud en nosotros, más allá de la edad? ¿Asumimos el
ministerio desde el dinamismo propio de la juventud y al servicio de la
juventud o llegamos al mismo envejecidos en el espíritu y el pensamiento? Como
jóvenes ¿buscamos ejercer el ministerio y la misión creativamente o nos
limitamos a repetir los libretos y los formatos preestablecidos? ¿Nuestra
manera de trabajar ya en la formación de los futuros pastores, ya en el
pastoreo del pueblo de Dios se caracteriza por el entusiasmo, el ímpetu y la
creatividad de la juventud, sustentada en la responsabilidad y el compromiso?
El Papa nos recuerda a los consagrados jóvenes lo
mismo que ya propuso a los jóvenes del mundo en la JMJ en Río 2013: ser protagonistas de la historia y rebelarnos
contra la sociedad del descarte: que descarta a los ancianos, a los
enfermos y a quien no es productivo económicamente.
En el contexto propio de la CJM esto significa renovar la vida de la Congregación y la
Provincia, y no establecer antagonismos entre los jóvenes y los mayores
(ancianos), sino tender puentes
entre ellos: armonizando la frescura
y generosidad de los jóvenes con
la experiencia y la sabiduría de los
mayores; los sueños e ideales de los
unos con la realización y vivencia
de los otros; la alegría y el entusiasmo
de la primera llamada, en los primeros, con
el gozo de la vida entregada en fidelidad, en los segundos; los miedos y temores de los iniciados con la certeza y firmeza de los
experimentados; la pujanza y lozanía
de la nueva generación con el sosiego y la
reciedumbre de los veteranos.
No se trata, por consiguiente, de actuar llevado
del impulso o del capricho del propio parecer, sino de tener la inteligencia y
la racionalidad del diálogo que permite construir caminos juntos y descubrir
valores comunes.
En lo personal, me entristece y preocupa mucho
escuchar que en varias Congregaciones se dice: “desde que los jóvenes (o la
nueva generación) asumieron el manejo y la administración, la Provincia o la
Comunidad empezó a decaer”. Y me pregunto: ¿Por qué? ¿acaso seguimos los
jóvenes cometiendo el mismo pecado de Roboam, que rechazó la sabiduría de los
ancianos y se dejó llevar por el parecer impulsivo de sus coetáneos? (cf. 1R
12,8) ¿no tendremos los jóvenes, más bien, que escuchar y aplicar la
exhortación del Apóstol a Timoteo: “Que
nadie te desprecie por ser joven. Procura, en cambio, ser para los creyentes
modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la
pureza” (1 Tim 4,12)?
Avanzando por la vía del dialogo comunitario,
guiados por el Espíritu de Jesús y apoyados en la sabiduría de los mayores, muy
seguramente encontraremos nuevos caminos,
tendremos acierto en los métodos y
cosecharemos abundantes frutos de
salvación.
Por lo demás, ¿no es también la juventud uno de los
temas claves en el discernimiento al interior de la Congregación cuando de
gobierno o de representación se trata? El número 129 de las Constituciones
afirma: en la elección del Superior General “si obtuvieren el mismo número de votos se preferirá al más joven de
edad y, eventualmente de incorporación.”
El papa nos compromete a los Eudistas jóvenes a ser
protagonistas del diálogo para que, con la ayuda de los mayores desarrollemos
juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más
adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio.
El Papa termina invitándonos a valorar lo que me
permito llamar “la espiritualidad del encuentro”, de reunirse en el Espíritu de
Jesús, descubriendo en ello el camino
habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad; lo que en el
lenguaje eudista es posible sólo mediante la formación de Jesús en nosotros.
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