Higinio A. Lopera ( Centro San Juan Eudes) |
INTRODUCCIÓN
El Año de la fe, de nuestra
fe, es la mejor oportunidad para
reflexionar sobre nuestras actitudes cristianas y en particular sobre nuestra evangelización.
Vamos a reflexionar con la carta Apostólica del Papa Benedicto XVI y
con los Escritos de san Juan Eudes.
Podemos partir de algunas
preguntas muy simples:
1-¿Qué entiende Ud por fe?
2-¿Dónde está su fe, en la
mente, en su corazón, en ambos?
3-¿Cómo entiende el Credo y las
llamadas verdades de fe?
4-¿Con qué actitudes concretas
expresa Ud su fe?
5-¿Su fe se centra en cosas, en
ideas, o en la Persona de Jesucristo?
6-¿Se cree Ud una persona
evangelizada y evangelizadora?
7-¿Qué piensa Ud de la fe de
las personas con quienes vive?
8-¿Cuál será el futuro de la fe
que Ud vive?
9-¿Cómo vive Ud su fe dentro d
ela Iglesia?
Podemos responder a estas
preguntas de muchas maneras y tal vez este año será ocasión para muchos:
+ de revisar en qué cree y a
quién cree,
+ de vivir la fe y dar razón de
ella con amor y entusiasmo,
+ de reeducarse en las
actitudes de fe,
+ de hacer algún estudio
teológico sobre la fe,
+ de evangelizarse y
evangelizar,
+ de identificar en su vida la
dimensión especulativa de su fe y la dimensión pragmática,
+ de retornar a las fuentes
bíblicas y patrísticas, al magisterio y a la tradición de la Iglesia.
+ de programar su vida desde una fe más personal, más centrada en
nuestro Adorable Jesucristo, más comprometida dentro de la Iglesia, más abierta
al amor oblativo y más fecunda en obras de comunión, de participación, de
solidaridad.
La Carta del Papa Benedicto
XVI, evangelizador del siglo XXI y algunos escritos de san Juan Eudes,
evangelizador del siglo XVII, nos pueden ayudar a responder a estas y a otras
preguntas que cuestionan fuertemente nuestra fe en el entorno cultural y
religioso concreto de cada uno.
Quiero poner en sus manos este
material para su reflexión personal y su trabajo evangelizador:
1º La Carta del Papa Benedicto
XVI.
2º Presentación del Año de la
Fe.
3º Inicitivas para el Año de la
Fe.
4º Nuestra fe dentro de la
Iglesia (-Catecismo-).
5º Algunos Credos o Profesiones
de Fe.
6º Algunos textos de san Juan
Eudes sobre la Fe.
1-- CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE
MOTU PROPRIO PORTA FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI CON LA QUE SE CONVOCA
EL AÑO
DE LA FE
1. «La
puerta de la fe» (cf. Hechos 14,
27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su
Iglesia, está siempre abierta para nosotros.
Se cruza
ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar
por la gracia que transforma.
Atravesar
esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida.
Éste
empieza con el bautismo (cf. Romanos 6, 4), con el que podemos llamar a Dios
con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida
eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu
Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Juan 17,
22).
Profesar
la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo
Dios que es Amor (cf.1 Juan 4, 8):
el Padre,
que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y
resurrección redimió al mundo;
el
Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del
retorno glorioso del Señor.
2. Desde
el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia
de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la
alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.
En la
homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su
conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para
rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la
amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en
plenitud» (Homilía en la
Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710).
Sucede
hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias
sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen
considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común.
De hecho,
este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia
es negado (Cf. Benedicto XVI, Homilía en la
Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano
ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9).
Mientras
que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente
aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por
ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa
de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No
podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mateo 5,
13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la
necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él
y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Juan 4, 14).
Debemos
descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida
fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos
los que son sus discípulos (cf. Juan 6, 51).
En
efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad
no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida
eterna» (Juan 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es
también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las
obras de Dios?» (Juan 6, 28).
Sabemos
la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha
enviado» (Juan 6, 29).
Creer en
Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la
salvación.
4. A la
luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11
de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio
Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el
24 de noviembre de 2013.
En la
fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la
publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi
Predecesor, el beato Papa Juan Pablo (Cf.
Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86
(1994), 113-118) con la intención de ilustrar a todos los
fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del
Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos
de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis (Cf. Relación final
del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4,
en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag.
12) realizándose mediante la colaboración de todo
el Episcopado de la Iglesia católica.
Y
precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el
mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana.
Será una
buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de
especial reflexión y redescubrimiento de la fe.
No es la
primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe.
Mi
venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967,
para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno
centenario de su supremo testimonio.
Lo
concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una
auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera
confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y
exterior, humilde y franca» (Pablo VI,
Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del
martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59
(1967), 196).
Pensaba que de esa manera toda la Iglesia
podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para
purificarla, para confirmarla y para confesarla» (Ibíd., 198).
Las
grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad
de dicha celebración fuera todavía más evidente.
Ésta
concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios (Pablo VI, Solemne
profesión de fe, Homilía
para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos
apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS
60 (1968), 433-445) para testimoniar
cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de
todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y
profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio
coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En
ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y
exigencia postconciliar» (Id., Audiencia
General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801), consciente de las graves dificultades del
tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta
interpretación.
He
pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario
de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para
comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según
las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor.
Es
necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como
textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la
Iglesia. […]
Siento
más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que
la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX.
Con el
Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino
del siglo que comienza» (Juan Pablo II,
Carta ap. Novo millennio
ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93
(2001), 308).
Yo
también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos
meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos
guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más
una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia» (Discurso a la
Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98
(2006), 52).
6. La
renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la
vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos
están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el
Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo,
“santo, inocente, sin mancha” (Hebreos
7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Corintios 5, 21), sino
que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebreos 2, 17), la
Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre
necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación.
La
Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de
los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que
vuelva (cf. 1 Corintios 11, 26).
Se siente
fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia
y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores,
y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo,
con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz» (Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8).
En esta
perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y
renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de
su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a
los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hechos 5, 31).
Para el
apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo
fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó
de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en
una vida nueva» (Romanos 6, 4).
Gracias a
la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical
de la resurrección.
En la
medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la
mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman
lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida.
La «fe
que actúa por el amor» (Gálatas 5,
6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda
la vida del hombre (cf. Romanos 12, 2; Colosenses
3, 9-10; Efesios 4,
20-29; 2 Corintios 5, 17).
7. «Caritas
Christi urget nos» (2 Corintios 5, 14): es el amor de Cristo el que
llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar.
Hoy como
ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a
todos los pueblos de la tierra (cf. Mateo 28, 19).
Con su
amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo
tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un
mandato que es siempre nuevo.
Por eso,
también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una
nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar
el entusiasmo de comunicar la fe.
El
compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento
cotidiano de su amor, que nunca puede faltar.
La fe, en
efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se
comunica como experiencia de gracia y gozo.
Nos hace
fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un
testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan
para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus
discípulos.
Como
afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo» (De utilitate
credendi, 1, 2).
El santo
Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera.
Como
sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su
corazón encontró descanso en Dios.(Cf. Agustín de Hipona, Confesiones,
I, 1).
Sus
numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de
la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo
todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para
acceder a la «puerta de la fe».
Así, la
fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la
certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo
continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande
porque tiene su origen en Dios.
8. En
esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe
a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el
Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe.
Queremos
celebrar este Año de manera digna y fecunda.
Habrá que
intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en
Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo
en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo.
Tendremos
la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales
e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para
que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las
generaciones futuras la fe de siempre.
En este Año,
las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades
eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el
Credo.
9.
Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar
la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza.
Será
también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe
en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la
que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su
fuerza» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre
la sagrada liturgia, 10).
Al mismo
tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada
vez más creíble.
Redescubrir
los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada (Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86
(1994), 116), y reflexionar sobre el mismo acto con el que
se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en
este Año.
No por
casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender
de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no
olvidar el compromiso asumido con el bautismo.
San
Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón
sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El
símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis
recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya
sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que
es Cristo el Señor. […]
Recibisteis
y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y
repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en
la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando
dormís corporalmente, vigiléis con el corazón» (Sermo215, 1).
10. En
este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera
más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso,
el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a
Dios.
En
efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los
contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento.
El
apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con
el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Romanos 10, 10).
El
corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y
acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este
propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente.
Cuenta
san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a
anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor
le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hechos 16, 14).
El
sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el
conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después
el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que
permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha
anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar
con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso
público.
El
cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado.
La fe es
decidirse a estar con el Señor para vivir con él.
Y este
«estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree.
La fe,
precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad
social de lo que se cree.
La
Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión
pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe.
Es el don
del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio,
haciéndolo franco y valeroso.
La misma
profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario.
En
efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad
cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo
de los creyentes para alcanzar la salvación.
Como
afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la
Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su
bautismo.
“Creemos”:
Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más
generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la
Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir:
“creo”, “creemos”» (Catecismo de la
Iglesia Católica, 167).
Como se
puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el
propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la
inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.
El
conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado
por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree,
se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su
verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor (Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei
Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5).
Por otra
parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún
no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido
último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo.
Esta
búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por
el camino que conduce al misterio de Dios.
La misma
razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y
permanece siempre» (Discurso en el
Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722).
Esta
exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el
corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos
si no hubiera ya venido (Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1).
La fe nos
invita y nos abre totalmente a este encuentro.
11. Para
acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden
encontrar en el Catecismo de la
Iglesia Católica un
subsidio precioso e indispensable.
Es uno de
los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
En la
Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al
cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el
beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución
importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial...
Lo
declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido
y legítimo al servicio de la comunión eclesial» (Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86
(1994), 115 y 117).
Precisamente
en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime
para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados
sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la
Iglesia Católica.
En
efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia
ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia.
Desde la
Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los
Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los
diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en
la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su
misma estructura, el Catecismo de la
Iglesia Católica presenta
el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana.
A través
de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino
el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia.
A la
profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la
que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia.
Sin la
liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues
carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos.
Del mismo
modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su
pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. Así,
pues, el Catecismo de la
Iglesia Católica podrá ser
en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente
para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en
nuestro contexto cultural.
Para
ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo
con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con
la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para
vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles
a creer y evangelizar.
En
efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes
que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito
de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos.
Pero la
Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera
ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos
distintos, tienden a la verdad (Cf.
Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS
91 (1999), 31-32. 86-87).
13. A lo
largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de
nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la
santidad y el pecado.
Mientras
lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres
han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del
testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y
constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del
Padre que sale al encuentro de todos.
Durante
este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa
nuestra fe» (Hebreos 12, 2): en
él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La
alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza
del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la
muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su
hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para
transformarla con el poder de su resurrección.
En él,
muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos
de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de
salvación.
Por la
fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la
Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lucas 1, 38).
En la
visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas
que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lucas 1, 46-55).
Con gozo
y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lucas
2, 6-7).
Confiada
en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de
Herodes (cf. Mateo 2, 13-15).
Con la
misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el
Calvario (cf. Juan 19, 25-27).
Con fe,
María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los
recuerdos en su corazón (cf. Lucas 2, 19.51), los transmitió a los Doce,
reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hechos 1,
14; 2, 1-4).
Por la
fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mateo 10, 28).
Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está
presente y se realiza en su persona (cf. Lucas 11, 20).
Vivieron
en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles
una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos
después de su muerte (cf. Juan 13, 34-35).
Por la
fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a
toda criatura (cf. Mateo 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la
alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la
fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la
enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía,
poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos
(cf. Hechos 2, 42-47).
Por la
fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio,
que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor
con el perdón de sus perseguidores.
Por la
fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir
en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos
concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar.
Por la
fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para
hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de
los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lucas 4, 18-19).
Por la
fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de
la vida (cf. Apocalipsis 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos
la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio
de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño
de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También
nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús,
presente en nuestras vidas y en la historia.
14. El Año
de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio
de la caridad.
San Pablo
nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres.
Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Corintios 13, 13).
Con
palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol
Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si
no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan
desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz,
abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero
alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las
obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”»
(Santiago 2, 14-18).
La fe sin
la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente
a merced de la duda.
La fe y
el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su
camino.
En
efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo,
marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más
importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo
de Cristo.
Gracias a
la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor
resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mateo 25, 40): estas palabras suyas son una
advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese
amor con el que él cuida de nosotros.
Es la fe
la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a
socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.
Sostenidos
por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando
«unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 Pedro
3, 13; cf. Apocalipsis 21, 1).
15.
Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que
«buscara la fe» (cf. 2 Timoteo 2, 22) con la misma constancia de cuando
era niño (cf. 2 Timoteo 3,
15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que
nadie se vuelva perezoso en la fe.
Ella es
compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las
maravillas que Dios hace por nosotros.
Tratando
de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a
cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado
en el mundo.
Lo que el
mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que,
iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de
abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera,
ésa que no tiene fin.
«Que la
Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Tesalonisenses
3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación
con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y
la garantía de un amor auténtico y duradero.
Las
palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por
ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas;
así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es
perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la
revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo
todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante,
alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 Pedro
1, 6-9).
La vida
de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento.
Cuántos
santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en
nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz
consoladora.
Las
pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y
participar en los sufrimientos de Cristo (cf.
Colosenses 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que
conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12, 10).
Nosotros
creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte.
Con esta
segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder
del maligno (cf. Lc Lucas 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su
misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el
Padre.
Confiemos
a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lucas 1, 45),
este tiempo de gracia.
Dado en
Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado. BENEDICTO XVI.
2--PRESENTACIÓN DEL AÑO DE LA FE
El 21 junio 2012, en la Oficina
de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación del “Año de la Fe”
(11 de octubre 2012- 24 de noviembre 20123). Intervinieron en el acto el
arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell, respectivamente presidente y
subsecretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.
El arzobispo Fisichella ilustró
también el calendario de los grandes acontecimientos que tendrán lugar a Roma
en el curso del Año de la Fe y presentó el sito Internet y el logo que
caracterizará todos los eventos del Año.
“Benedicto XVI, en su carta
apostólica 'Porta Fidei' -dijo el prelado- hablaba de la exigencia de volver a
descubrir el camino de la fe para resaltar cada vez más la alegría y el
entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. A la luz de este pensamiento
(...) ha convocado un 'Año de la Fe' que comenzará en coincidencia con dos
aniversarios: el quincuagésimo de la apertura del Concilio Vaticano II (1962) y
el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ...El
Año de la Fe se propone, ante todo, sostener la fe de tantos creyentes que, en
medio de la fatiga cotidiana, no cesan de confiar, con convicción y valentía
,su existencia al Señor Jesús. Su testimonio, que no es noticia (...) es el que
permite a la Iglesia presentarse al mundo de hoy, como en pasado, con la fuerza
de la fe y con el entusiasmo de los sencillos”.
Por otra parte, este Año “se
inserta en un contexto más amplio, caracterizado por una crisis generalizada
que atañe también a la fe (...)La crisis de fe es la expresión dramática de una
crisis antropológica que ha dejado al ser humano abandonado a sí mismo (...) Es
necesario ir más allá de la pobreza espiritual en que se encuentran muchos
contemporáneos, que ya no perciben la ausencia de Dios en su vida, como una
carencia que debe ser colmada. El Año de la Fe quiere ser un camino que la
comunidad cristiana brinda a los que viven con nostalgia de Dios y con el deseo
de encontrarlo de nuevo”.
Así, el programa toca “la vida
diaria de cada creyente y la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana para
que se vuelva a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la
nueva evangelización”. En este ámbito, el arzobispo anunció que la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado el
formulario de una Misa especial 'Para la Nueva Evangelización'. “Es un signo
para que en este año (...) se de la primacía a la oración y especialmente a la
Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana”.
A continuación, el arzobispo presentó
el logo del Año de la Fe: una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una
cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el
fondo, recuerda la Eucaristía. El sito del evento www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se podrá consultar a través de
todos los dispositivos móviles y tablets. También está listo el himno oficial:
“Credo, Domine, adauge nobis fidem”. Asimismo, a primeros de septiembre se
publicará, en diversos idiomas, el Subsidio pastoral “Vivir el Año de la Fe”.
Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo
reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a
lo largo del Año.
Por último, dio a conocer el
calendario de los eventos más importantes que contarán con la presencia del
Santo Padre y se celebrarán en Roma; entre ellos la apertura del Año de la Fe
que “tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre,
quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Habrá una solemne
concelebración eucarística con todos los Padres sinodales, los presidentes de
las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.
El 21 de octubre se canonizarán
7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino
Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del
Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara
Cope) y Anna Schäffer. El 25 de enero de 2013, en la tradicional celebración
ecuménica en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se rezará para que “ a
través de la profesión común del Símbolo los cristianos (...) no olviden el
camino de la unidad”. El 28 de abril el Santo Padre confirmará a un grupo de
jóvenes. El domingo 5 de mayo, estará dedicado a la piedad popular y a la labor
de las cofradías.
El 18 de mayo, vigilia de
Pentecostés, los movimientos antiguos y nuevos se reunirán en la Plaza de San
Pedro. El domingo 2 de junio, Corpus Christi, habrá una solemne adoración
eucarística y, a la misma hora, en todas las catedrales e iglesias del mundo.
El domingo, 16 de junio, estará dedicado al testimonio del Evangelio de la
Vida. El 7 de julio, concluirá en la Plaza de San Pedro, la peregrinación de
los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo. El 29 de septiembre,
los protagonistas serán los catequistas en el aniversario de la publicación del
Catecismo de la Iglesia Católica. El 13 de octubre está dedicado a la presencia
de María en la Iglesia. Por último, el 24 de noviembre se celebrará la jornada
de clausura del Año.
Diversos dicasterios tienen en
programa iniciativas publicadas en el calendario. El Año se enriquecerá con
eventos culturales, entre los cuales, una exposición sobre San Pedro en Castel
Sant'Angelo (7 febrero- 1 mayo 2013) y un concierto en la Plaza de San Pedro
(22 de junio 2013)
3--INICIATIVAS PARA EL AÑO DE LA FE
Este es el Calendario del Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre. En este contexto, se recuerda que del 7 al 28 de octubre, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la Décimo tercera Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema: «Nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».
--Precisamente el 11 de octubre, en la Plaza, Benedicto XVI presidirá la solemne apertura a las 10 de la mañana con los padres sinodales y los presidentes de las Conferencias episcopales. Mientras la Acción Católica Italiana ha organizado para ese día una procesión con antorchas desde el cercano Castillo de Sant'Angelo, también conocido como el Mausoleo de Adriano, hasta la Plaza de San Pedro, en recuerdo del quincuagésimo aniversario de la apertura
del Concilio Ecuménico
Vaticano II.
--En efecto, cuando faltan poco más de setenta días para el inicio de esta iniciativa pontificia, que concluirá el 24 de noviembre del año 2013, se han publicado algunos de los acontecimientos previstos, que contarán con la presencia del Papa, junto a una serie de encuentros, congresos e iniciativas que permitirán profundizar los diversos temas religiosos y culturales ligados a la celebración.
--De este modo se informa que el 6 de octubre, en Asís, la ciudad de San Francisco, el Patio de los gentiles ha organizado un encuentro de diálogo entre creyentes y no creyentes sobre el tema de la fe.
--El 12 de octubre en Roma tendrá lugar una velada artístico-cultural en la iglesia de Jesús, con el tema «La fe de Dante», organizada por el Consejo Pontificio para la Cultura, en colaboración con el Rectorado del Santísimo Nombre de Jesús en la plaza Argentina y de la Casa de Dante en Roma. En esta ocasión se propondrá el canto XXIV del Paraíso, que contiene la profesión de fe del sumo poeta.
--El 20 de octubre en Roma se llevará a cabo una peregrinación hasta la colina del Janículo, con una velada misionera organizada por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
--El 21 de octubre, en la Ciudad del Vaticano, Benedicto XVI presidirá la canonización de seis mártires y confesores de la fe. Se trata de Jacques Barthieu, sacerdote jesuita, mártir misionero en Madagascar (fallecido en 1896); Pietro Calungsod, laico catequista, mártir en Filipinas (fallecido en 1672); Giovanni Battista Piamarta, sacerdote, testigo de la fe en la educación a la juventud (fallecido en 1913); la Madre Marianne (en el siglo Barbara Cope), testigo de la fe en la leprosería de Molokai (fallecida en 1918); Maria del Monte Carmelo, religiosa española (fallecida en 1911); Caterina Tekakwitha, laica india convertida a la fe católica (fallecida en 1680); y Anna Schäffer, laica bávara, testigo del amor de Cristo desde su lecho de sufrimiento (fallecida en 1925).
--En efecto, cuando faltan poco más de setenta días para el inicio de esta iniciativa pontificia, que concluirá el 24 de noviembre del año 2013, se han publicado algunos de los acontecimientos previstos, que contarán con la presencia del Papa, junto a una serie de encuentros, congresos e iniciativas que permitirán profundizar los diversos temas religiosos y culturales ligados a la celebración.
--De este modo se informa que el 6 de octubre, en Asís, la ciudad de San Francisco, el Patio de los gentiles ha organizado un encuentro de diálogo entre creyentes y no creyentes sobre el tema de la fe.
--El 12 de octubre en Roma tendrá lugar una velada artístico-cultural en la iglesia de Jesús, con el tema «La fe de Dante», organizada por el Consejo Pontificio para la Cultura, en colaboración con el Rectorado del Santísimo Nombre de Jesús en la plaza Argentina y de la Casa de Dante en Roma. En esta ocasión se propondrá el canto XXIV del Paraíso, que contiene la profesión de fe del sumo poeta.
--El 20 de octubre en Roma se llevará a cabo una peregrinación hasta la colina del Janículo, con una velada misionera organizada por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
--El 21 de octubre, en la Ciudad del Vaticano, Benedicto XVI presidirá la canonización de seis mártires y confesores de la fe. Se trata de Jacques Barthieu, sacerdote jesuita, mártir misionero en Madagascar (fallecido en 1896); Pietro Calungsod, laico catequista, mártir en Filipinas (fallecido en 1672); Giovanni Battista Piamarta, sacerdote, testigo de la fe en la educación a la juventud (fallecido en 1913); la Madre Marianne (en el siglo Barbara Cope), testigo de la fe en la leprosería de Molokai (fallecida en 1918); Maria del Monte Carmelo, religiosa española (fallecida en 1911); Caterina Tekakwitha, laica india convertida a la fe católica (fallecida en 1680); y Anna Schäffer, laica bávara, testigo del amor de Cristo desde su lecho de sufrimiento (fallecida en 1925).
--Del 26 al 30 de
octubre en Roma se celebrará el Congreso de la Unión mundial de los maestros
católicos sobre el papel de la enseñanza y de la familia en la formación
integral de los estudiantes, con la participación de la Congregación para la
Educación Católica.
--Del 15 al 17 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la Vigésimo séptima Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios sobre el tema «El hospital, lugar de evangelización: misión humana y espiritual».
--El 1° de diciembre, el Santo Padre presidirá las primeras Vísperas de Adviento para los Pontificios ateneos romanos, seminarios, colegios eclesiásticos y las universidades, organizada por la Congregación para la Educación Católica.
--El 20 de diciembre en Roma se inaugurará la exposición sobre el Año de la fe en el Castillo de Sant’Angelo. La muestra estará abierta hasta el 1° de mayo del próximo año 2013.
--El 28 de diciembre en Roma tendrá lugar la apertura del Encuentro Europeo de jóvenes, organizado por la Comunidad de Taizé, en colaboración con el Vicariato de Roma. Encuentro que se concluirá
--Del 15 al 17 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la Vigésimo séptima Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios sobre el tema «El hospital, lugar de evangelización: misión humana y espiritual».
--El 1° de diciembre, el Santo Padre presidirá las primeras Vísperas de Adviento para los Pontificios ateneos romanos, seminarios, colegios eclesiásticos y las universidades, organizada por la Congregación para la Educación Católica.
--El 20 de diciembre en Roma se inaugurará la exposición sobre el Año de la fe en el Castillo de Sant’Angelo. La muestra estará abierta hasta el 1° de mayo del próximo año 2013.
--El 28 de diciembre en Roma tendrá lugar la apertura del Encuentro Europeo de jóvenes, organizado por la Comunidad de Taizé, en colaboración con el Vicariato de Roma. Encuentro que se concluirá
el 2 de enero de 2013.
--El 25 de enero en
Roma tendrá lugar una celebración ecuménica con Benedicto XVI, en la Basílica
de San Pablo Extramuros. Mientras en la pinacoteca de esta basílica será
posible visitar — hasta el 24 de noviembre del año proximo — la exposición
Sanctus Paolus extra moenia et Concilium Oecumenicum Vaticanum II.
--El 2 de febrero en la Ciudad del Vaticano el Santo Padre presidirá la Eucaristía en la Basílica de San Pedro con ocasión de la Jornada Mundial de los religiosos y de las religiosas.
--Los días 25 y 26 de febrero en Roma se celebrará el Congreso internacional sobre el tema «Los Santos Cirilo y Metodio entre los pueblos eslavos a 1.150 años del inicio de la misión» que comenzarán en la sede del Pontificio Instituto Oriental y, al día siguiente, seguirán en la Pontificia Universidad Gregoriana.
--El 24 de marzo Benedicto XVI celebrará el Domingo de Ramos, en la jornada tradicionalmente dedicada a los jóvenes y en preparación a la Jornada Mundial de la Juventud.
--Del 4 al 6 de abril en Roma, se celebrará el Congreso internacional de la Asociación Católica Internacional de Ciencias de la Educación, con la participación de la Congregación para la Educación Católica.
--El 13 de abril en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano tendrá lugar el Concierto «Oh My Son».
--Del 15 al 17 de abril se celebrará la Jornada de los Seminarios con ocasión del 450° aniversario de su institución. La Jornada de estudio, ha sido organizada por la Congregación para la Educación Católica, sobre la importancia de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica en la formación de los candidatos al sacerdocio y en el ámbito de la revisión en curso de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis.
--El 28 de abril, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada dedicada a los chicos y chicas que han recibido el sacramento de la Confirmación. Mientras el Santo Padre conferirá este sacramento a
--El 2 de febrero en la Ciudad del Vaticano el Santo Padre presidirá la Eucaristía en la Basílica de San Pedro con ocasión de la Jornada Mundial de los religiosos y de las religiosas.
--Los días 25 y 26 de febrero en Roma se celebrará el Congreso internacional sobre el tema «Los Santos Cirilo y Metodio entre los pueblos eslavos a 1.150 años del inicio de la misión» que comenzarán en la sede del Pontificio Instituto Oriental y, al día siguiente, seguirán en la Pontificia Universidad Gregoriana.
--El 24 de marzo Benedicto XVI celebrará el Domingo de Ramos, en la jornada tradicionalmente dedicada a los jóvenes y en preparación a la Jornada Mundial de la Juventud.
--Del 4 al 6 de abril en Roma, se celebrará el Congreso internacional de la Asociación Católica Internacional de Ciencias de la Educación, con la participación de la Congregación para la Educación Católica.
--El 13 de abril en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano tendrá lugar el Concierto «Oh My Son».
--Del 15 al 17 de abril se celebrará la Jornada de los Seminarios con ocasión del 450° aniversario de su institución. La Jornada de estudio, ha sido organizada por la Congregación para la Educación Católica, sobre la importancia de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica en la formación de los candidatos al sacerdocio y en el ámbito de la revisión en curso de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis.
--El 28 de abril, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada dedicada a los chicos y chicas que han recibido el sacramento de la Confirmación. Mientras el Santo Padre conferirá este sacramento a
un pequeño grupo de jóvenes.
--El 5 de mayo, el Papa presidirá la celebración eucarística con ocasión de la Jornada de las confradías y de la piedad popular.
--El 18 de mayo, el Papa presidirá las Vísperas de Pentecostés, dedicada a todos los movimientos, con la peregrinación a la tumba de Pedro y la invocación al Espíritu Santo.
--El 2 de junio, el Pontífice presidirá la solemne Adoración Eucarística, que también se realizará contemporáneamente en todo el mundo, con ocasión de la fiesta de Corpus Chirsti.
--El 16 de junio, se celebrará la Jornada de la Evangelium vitae, con la presencia del Papa, dedicada al testimonio del Evangelio de la vida, en defensa de la dignidad de la persona humana desde el primer instante hasta su último momento natural.
--El 22 de junio en la Plaza de San Pedro tendrá lugar el Gran Concierto por el Año de la fe.
--El 7 de julio en la Plaza de San Pedro, tendrá lugar ante la presencia del Papa la conclusión de la peregrinación de los seminaristas, novicios y novicias.
--Del 23 al 28 de julio, en Río de Janeiro, Brasil, Benedicto XVI celebrará la Jornada Mundial de la Juventud.
--Los días 18 y 19 de septiembre se celebrará el Seminario de estudio, organizado por la Congregación para la Educación Católica, para las universidades católicas sobre el valor del Catecismo d la Iglesia Católica en la enseñanza de la teología.
--El 29 de septiembre en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada de los catequistas ante la presencia de Benedicto XVI, como ocasión para recordar el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
--El 13 de octubre, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar una Jornada mariana ante la presencia del Papa y de todas las asociaciones marianas.
--El 24 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, el Santo Padre presidirá la celebración conclusiva del Año de la Fe.
--El 5 de mayo, el Papa presidirá la celebración eucarística con ocasión de la Jornada de las confradías y de la piedad popular.
--El 18 de mayo, el Papa presidirá las Vísperas de Pentecostés, dedicada a todos los movimientos, con la peregrinación a la tumba de Pedro y la invocación al Espíritu Santo.
--El 2 de junio, el Pontífice presidirá la solemne Adoración Eucarística, que también se realizará contemporáneamente en todo el mundo, con ocasión de la fiesta de Corpus Chirsti.
--El 16 de junio, se celebrará la Jornada de la Evangelium vitae, con la presencia del Papa, dedicada al testimonio del Evangelio de la vida, en defensa de la dignidad de la persona humana desde el primer instante hasta su último momento natural.
--El 22 de junio en la Plaza de San Pedro tendrá lugar el Gran Concierto por el Año de la fe.
--El 7 de julio en la Plaza de San Pedro, tendrá lugar ante la presencia del Papa la conclusión de la peregrinación de los seminaristas, novicios y novicias.
--Del 23 al 28 de julio, en Río de Janeiro, Brasil, Benedicto XVI celebrará la Jornada Mundial de la Juventud.
--Los días 18 y 19 de septiembre se celebrará el Seminario de estudio, organizado por la Congregación para la Educación Católica, para las universidades católicas sobre el valor del Catecismo d la Iglesia Católica en la enseñanza de la teología.
--El 29 de septiembre en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada de los catequistas ante la presencia de Benedicto XVI, como ocasión para recordar el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
--El 13 de octubre, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar una Jornada mariana ante la presencia del Papa y de todas las asociaciones marianas.
--El 24 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, el Santo Padre presidirá la celebración conclusiva del Año de la Fe.
4—NUESTRA FE DENTRO DE LA IGLESIA
(Tema central del Catecismo de la Iglesia. Nn. 142-184).
LA
RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142 Por su revelación, "Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y
mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía"
(DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.
143 Por
la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios.
Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cf. DV 5). La
Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del
hombre a Dios que revela (Cf. Romanos 1,5; 16,26).
Artículo 1
CREO
I.
LA OBEDIENCIA DE LA FE
144 Obedecer ("ob-audire") en la fe, es
someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada
por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos
propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de
la misma.
Abraham, "el
padre de todos los creyentes"
145
La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente
en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que
había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hebreos
11,8; Cf. Génesis 12,1-4).
Por
la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (Cf. Génesis 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir
al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único
en sacrificio (Cf. Hebreos 11,17).
146 Abraham realiza así la definición de la fe
dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera;
la prueba de las realidades que no se ven" (Hebreos 11,1). "Creyó Abraham
en Dios y le fue reputado como justicia" (Romanos 4,3; Cf. Génesis 15,6).
Gracias a esta "fe poderosa" (Romanos 4,20), Abraham vino a ser
"el padre de todos los creyentes" (Romanos 4,11.18; Cf. Génesis
15,15).
147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios
acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar
de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hebreos 11,2.39). Sin
embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en
su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hebreos 11,40; 12,2).
María:
"Dichosa la que ha creído"
148
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la
fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel,
creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lucas 1,37; Cf. Génesis
18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra" (Lucas 1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que
ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!" (Lucas 1,45). Por
esta
fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (Cf. Lucas 1,48).
149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba
(Cf. Lucas 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló.
María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios.
Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización
más pura de la fe.
II "YO SÉ EN
QUIÉN TENGO PUESTA MI FE" (2 TIM 1, 12)
Creer sólo en Dios
150 La fe es ante todo una adhesión personal del
hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a
toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y
asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe
en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer
absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una
criatura (Cf. Jeremías 17,5-6; Salmo
40,5; 146,3-4).
Creer en
Jesucristo, el Hijo de Dios
151
Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha
enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Marcos
1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (Cf. Marcos 9,7). El Señor mismo
dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Juan
14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne:
"A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, él lo ha contado" (Juan 1,18). Porque "ha visto al Padre"
(Juan 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (Cf. Mateo 11,27).
Creer en el
Espíritu Santo
152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte
en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús.
Porque "nadie puede decir: “Jesús es Señor” sino bajo la acción del
Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3).
"El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie
conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios
enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.
La
Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
III LAS
CARACTERÍSTICAS DE LA FE
La fe es una gracia
153
Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús
le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16,17; Cf. Gálatas
1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por
él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que
se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve
el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos
gusto en
aceptar
y creer la verdad”" (DV 5).
La fe es un acto
humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los
auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un
acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la
inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las
verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a
nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas
mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por
ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión
mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar
por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al
Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima
con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad
humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento
que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios
mediante la gracia" (S. Tomás de A., s. th. 2-2, 2,9; Cf. Cc. Vaticano I:
DS
3010).
La fe y la
inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el
hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a
la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios
mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin
embargo,
para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que
los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación" (Ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de
los santos (Cf. Marcos 16,20; Hechos 2,4), las profecías, la propagación y la
santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos
de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de
credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un
movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y
a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor
que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2,
171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H.
Newman, apol.).
CONTINÚA EN EL FOLLETO Nro. 2.
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