martes, 25 de septiembre de 2012

VIVIR NUESTRA FE Y DAR RAZÓN DE ELLA.



Higinio A. Lopera ( Centro San Juan Eudes)


 INTRODUCCIÓN
El Año de la fe, de nuestra fe, es la mejor oportunidad  para reflexionar sobre nuestras actitudes cristianas y en particular sobre nuestra evangelización.
Vamos a reflexionar con  la carta Apostólica del Papa Benedicto XVI y con los Escritos de san Juan Eudes.

Podemos partir de algunas preguntas muy simples:
1-¿Qué entiende Ud por fe?
2-¿Dónde está su fe, en la mente, en su corazón, en ambos?
3-¿Cómo entiende el Credo y las llamadas verdades de fe?
4-¿Con qué actitudes concretas expresa Ud su fe?
5-¿Su fe se centra en cosas, en ideas, o en la Persona de Jesucristo?
6-¿Se cree Ud una persona evangelizada y evangelizadora?
7-¿Qué piensa Ud de la fe de las personas con quienes vive?
8-¿Cuál será el futuro de la fe que Ud vive?
9-¿Cómo vive Ud su fe dentro d ela Iglesia?
Podemos responder a estas preguntas de muchas maneras y tal vez este año será ocasión para muchos:
+ de revisar en qué cree y a quién cree,
+ de vivir la fe y dar razón de ella con amor y entusiasmo,
+ de reeducarse en las actitudes de fe,
+ de hacer algún estudio teológico sobre la fe,
+ de evangelizarse y evangelizar,
+ de identificar en su vida la dimensión especulativa de su fe y la dimensión pragmática,
+ de retornar a las fuentes bíblicas y patrísticas, al magisterio y a la tradición de la Iglesia.
+ de programar su vida  desde una fe más personal, más centrada en nuestro Adorable Jesucristo, más comprometida dentro de la Iglesia, más abierta al amor oblativo y más fecunda en obras de comunión, de participación, de solidaridad.
La Carta del Papa Benedicto XVI, evangelizador del siglo XXI y algunos escritos de san Juan Eudes, evangelizador del siglo XVII, nos pueden ayudar a responder a estas y a otras preguntas que cuestionan fuertemente nuestra fe en el entorno cultural y religioso concreto de cada uno.

Quiero poner en sus manos este material para su reflexión personal y su trabajo evangelizador:
1º La Carta del Papa Benedicto XVI.
2º Presentación del Año de la Fe.
3º Inicitivas para el Año de la Fe.
4º Nuestra fe dentro de la Iglesia (-Catecismo-).
5º Algunos Credos o Profesiones de Fe.
6º Algunos textos de san Juan Eudes sobre la Fe.

1-- CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPRIO PORTA FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE  BENEDICTO XVI CON LA QUE SE CONVOCA
EL AÑO DE LA FE

1. «La puerta de la fe» (cf. Hechos 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros.
Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.
Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida.
Éste empieza con el bautismo (cf. Romanos 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Juan 17, 22).
Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf.1 Juan 4, 8):
el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación;  Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo;
el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.
En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»  (Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710).
Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común.
De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado (Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9).
Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mateo 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Juan 4, 14).
Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Juan 6, 51).
En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Juan 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Juan 6, 28).
Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6, 29).
Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013.
En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo   (Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118)    con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis (Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12)    realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica.
Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe.
No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe.
Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio.
Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»   (Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196).
 Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla» (Ibíd., 198).
Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente.
Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios    (Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445)   para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.
5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»  (Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801),  consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación.
He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor.
Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […]
Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX.
Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»   (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308).
Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»   (Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52).

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hebreos 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Corintios  5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hebreos  2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación.
La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Corintios  11, 26).
Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8).
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hechos 5, 31).
Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Romanos 6, 4).
Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección.
En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida.
La «fe que actúa por el amor» (Gálatas 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Romanos 12, 2; Colosenses 3, 9-10; Efesios 4, 20-29; 2 Corintios 5, 17).

7. «Caritas Christi urget nos» (2 Corintios 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar.
Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mateo 28, 19).
Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo.
Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar.
La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo.
Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo» (De utilitate credendi, 1, 2).
El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera.
Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.(Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1).
Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».
Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe.
Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda.
Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo.
Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre.
En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza.
Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10).
Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble.
Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada   (Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116),    y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo.
San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […]
Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón» (Sermo215, 1).

10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios.
En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento.
El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Romanos 10, 10).
El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente.
Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hechos 16, 14).
El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.
Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público.
El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado.
La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él.
Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree.
La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.
La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe.
Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario.
En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación.
Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo.
“Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”» (Catecismo de la Iglesia Católica, 167).
Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.
El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor   (Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5).
Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo.
Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios.
La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»   (Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722).
Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido (Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1).
La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.

11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable.
Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial...
Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial» (Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117).
Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.
En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia.
Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana.
A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia.
A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia.
Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos.
Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.
Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos.
Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad   (Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87).

13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado.
Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hebreos 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección.
En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lucas 1, 38).
En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lucas 1, 46-55).
Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lucas 2, 6-7).
Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mateo 2, 13-15).
Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Juan 19, 25-27).
Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lucas 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hechos 1, 14; 2, 1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mateo 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lucas 11, 20).
Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Juan 13, 34-35).
Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mateo 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hechos 2, 42-47).
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar.
Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lucas 4, 18-19).
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Apocalipsis 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad.
San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Corintios 13, 13).
Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”»  (Santiago 2, 14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda.
La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino.
En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo.
Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mateo 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros.
Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida.
Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 Pedro 3, 13; cf. Apocalipsis 21, 1).

15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Timoteo 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Timoteo 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe.
Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros.
Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.
Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.
«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2  Tesalonisenses  3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 Pedro 1, 6-9).
La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento.
Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora.
Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.  Colosenses 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12, 10).
Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte.
Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc Lucas 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lucas 1, 45), este tiempo de gracia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado. BENEDICTO XVI.


2--PRESENTACIÓN DEL AÑO DE LA FE

El 21 junio 2012, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación del “Año de la Fe” (11 de octubre 2012- 24 de noviembre 20123). Intervinieron en el acto el arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell, respectivamente presidente y subsecretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.
El arzobispo Fisichella ilustró también el calendario de los grandes acontecimientos que tendrán lugar a Roma en el curso del Año de la Fe y presentó el sito Internet y el logo que caracterizará todos los eventos del Año.
“Benedicto XVI, en su carta apostólica 'Porta Fidei' -dijo el prelado- hablaba de la exigencia de volver a descubrir el camino de la fe para resaltar cada vez más la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. A la luz de este pensamiento (...) ha convocado un 'Año de la Fe' que comenzará en coincidencia con dos aniversarios: el quincuagésimo de la apertura del Concilio Vaticano II (1962) y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ...El Año de la Fe se propone, ante todo, sostener la fe de tantos creyentes que, en medio de la fatiga cotidiana, no cesan de confiar, con convicción y valentía ,su existencia al Señor Jesús. Su testimonio, que no es noticia (...) es el que permite a la Iglesia presentarse al mundo de hoy, como en pasado, con la fuerza de la fe y con el entusiasmo de los sencillos”.

Por otra parte, este Año “se inserta en un contexto más amplio, caracterizado por una crisis generalizada que atañe también a la fe (...)La crisis de fe es la expresión dramática de una crisis antropológica que ha dejado al ser humano abandonado a sí mismo (...) Es necesario ir más allá de la pobreza espiritual en que se encuentran muchos contemporáneos, que ya no perciben la ausencia de Dios en su vida, como una carencia que debe ser colmada. El Año de la Fe quiere ser un camino que la comunidad cristiana brinda a los que viven con nostalgia de Dios y con el deseo de encontrarlo de nuevo”.
Así, el programa toca “la vida diaria de cada creyente y la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana para que se vuelva a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la nueva evangelización”. En este ámbito, el arzobispo anunció que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado el formulario de una Misa especial 'Para la Nueva Evangelización'. “Es un signo para que en este año (...) se de la primacía a la oración y especialmente a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana”.

A continuación, el arzobispo presentó el logo del Año de la Fe: una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía. El sito del evento www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se podrá consultar a través de todos los dispositivos móviles y tablets. También está listo el himno oficial: “Credo, Domine, adauge nobis fidem”. Asimismo, a primeros de septiembre se publicará, en diversos idiomas, el Subsidio pastoral “Vivir el Año de la Fe”. Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a lo largo del Año.
Por último, dio a conocer el calendario de los eventos más importantes que contarán con la presencia del Santo Padre y se celebrarán en Roma; entre ellos la apertura del Año de la Fe que “tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre, quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Habrá una solemne concelebración eucarística con todos los Padres sinodales, los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.
El 21 de octubre se canonizarán 7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara Cope) y Anna Schäffer. El 25 de enero de 2013, en la tradicional celebración ecuménica en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se rezará para que “ a través de la profesión común del Símbolo los cristianos (...) no olviden el camino de la unidad”. El 28 de abril el Santo Padre confirmará a un grupo de jóvenes. El domingo 5 de mayo, estará dedicado a la piedad popular y a la labor de las cofradías.
El 18 de mayo, vigilia de Pentecostés, los movimientos antiguos y nuevos se reunirán en la Plaza de San Pedro. El domingo 2 de junio, Corpus Christi, habrá una solemne adoración eucarística y, a la misma hora, en todas las catedrales e iglesias del mundo. El domingo, 16 de junio, estará dedicado al testimonio del Evangelio de la Vida. El 7 de julio, concluirá en la Plaza de San Pedro, la peregrinación de los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo. El 29 de septiembre, los protagonistas serán los catequistas en el aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. El 13 de octubre está dedicado a la presencia de María en la Iglesia. Por último, el 24 de noviembre se celebrará la jornada de clausura del Año.
Diversos dicasterios tienen en programa iniciativas publicadas en el calendario. El Año se enriquecerá con eventos culturales, entre los cuales, una exposición sobre San Pedro en Castel Sant'Angelo (7 febrero- 1 mayo 2013) y un concierto en la Plaza de San Pedro (22 de junio 2013)


3--INICIATIVAS PARA EL AÑO DE LA FE

Este es el Calendario del Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre. En este contexto, se recuerda que del 7 al 28 de octubre, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la Décimo tercera Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema: «Nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».
--Precisamente el 11 de octubre, en la Plaza, Benedicto XVI presidirá la solemne apertura a las 10 de la mañana con los padres sinodales y los presidentes de las Conferencias episcopales. Mientras la Acción Católica Italiana ha organizado para ese día una procesión con antorchas desde el cercano Castillo de Sant'Angelo, también conocido como el Mausoleo de Adriano, hasta la Plaza de San Pedro, en recuerdo del quincuagésimo aniversario de la apertura
del Concilio Ecuménico Vaticano II.
--En efecto, cuando faltan poco más de setenta días para el inicio de esta iniciativa pontificia, que concluirá el 24 de noviembre del año 2013, se han publicado algunos de los acontecimientos previstos, que contarán con la presencia del Papa, junto a una serie de encuentros, congresos e iniciativas que permitirán profundizar los diversos temas religiosos y culturales ligados a la celebración.
--De este modo se informa que el 6 de octubre, en Asís, la ciudad de San Francisco, el Patio de los gentiles ha organizado un encuentro de diálogo entre creyentes y no creyentes sobre el tema de la fe.
--El 12 de octubre en Roma tendrá lugar una velada artístico-cultural en la iglesia de Jesús, con el tema «La fe de Dante», organizada por el Consejo Pontificio para la Cultura, en colaboración con el Rectorado del Santísimo Nombre de Jesús en la plaza Argentina y de la Casa de Dante en Roma. En esta ocasión se propondrá el canto XXIV del Paraíso, que contiene la profesión de fe del sumo poeta.
--El 20 de octubre en Roma se llevará a cabo una peregrinación hasta la colina del Janículo, con una velada misionera organizada por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
--El 21 de octubre, en la Ciudad del Vaticano, Benedicto XVI presidirá la canonización de seis mártires y confesores de la fe. Se trata de Jacques Barthieu, sacerdote jesuita, mártir misionero en Madagascar (fallecido en 1896); Pietro Calungsod, laico catequista, mártir en Filipinas (fallecido en 1672); Giovanni Battista Piamarta, sacerdote, testigo de la fe en la educación a la juventud (fallecido en 1913); la Madre Marianne (en el siglo Barbara Cope), testigo de la fe en la leprosería de Molokai (fallecida en 1918); Maria del Monte Carmelo, religiosa española (fallecida en 1911); Caterina Tekakwitha, laica india convertida a la fe católica (fallecida en 1680); y Anna Schäffer, laica bávara, testigo del amor de Cristo desde su lecho de sufrimiento (fallecida en 1925).
--Del 26 al 30 de octubre en Roma se celebrará el Congreso de la Unión mundial de los maestros católicos sobre el papel de la enseñanza y de la familia en la formación integral de los estudiantes, con la participación de la Congregación para la Educación Católica.
--Del 15 al 17 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la Vigésimo séptima Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios sobre el tema «El hospital, lugar de evangelización: misión humana y espiritual».
--El 1° de diciembre, el Santo Padre presidirá las primeras Vísperas de Adviento para los Pontificios ateneos romanos, seminarios, colegios eclesiásticos y las universidades, organizada por la Congregación para la Educación Católica.
--El 20 de diciembre en Roma se inaugurará la exposición sobre el Año de la fe en el Castillo de Sant’Angelo. La muestra estará abierta hasta el 1° de mayo del próximo año 2013.
--El 28 de diciembre en Roma tendrá lugar la apertura del Encuentro Europeo de jóvenes, organizado por la Comunidad de Taizé, en colaboración con el Vicariato de Roma. Encuentro que se concluirá
el 2 de enero de 2013.
--El 25 de enero en Roma tendrá lugar una celebración ecuménica con Benedicto XVI, en la Basílica de San Pablo Extramuros. Mientras en la pinacoteca de esta basílica será posible visitar — hasta el 24 de noviembre del año proximo — la exposición Sanctus Paolus extra moenia et Concilium Oecumenicum Vaticanum II.
--El 2 de febrero en la Ciudad del Vaticano el Santo Padre presidirá la Eucaristía en la Basílica de San Pedro con ocasión de la Jornada Mundial de los religiosos y de las religiosas.
--Los días 25 y 26 de febrero en Roma se celebrará el Congreso internacional sobre el tema «Los Santos Cirilo y Metodio entre los pueblos eslavos a 1.150 años del inicio de la misión» que comenzarán en la sede del Pontificio Instituto Oriental y, al día siguiente, seguirán en la Pontificia Universidad Gregoriana.
--El 24 de marzo Benedicto XVI celebrará el Domingo de Ramos, en la jornada tradicionalmente dedicada a los jóvenes y en preparación a la Jornada Mundial de la Juventud.
--Del 4 al 6 de abril en Roma, se celebrará el Congreso internacional de la Asociación Católica Internacional de Ciencias de la Educación, con la participación de la Congregación para la Educación Católica.
--El 13 de abril en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano tendrá lugar el Concierto «Oh My Son».
--Del 15 al 17 de abril se celebrará la Jornada de los Seminarios con ocasión del 450° aniversario de su institución. La Jornada de estudio, ha sido organizada por la Congregación para la Educación Católica, sobre la importancia de los documentos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica en la formación de los candidatos al sacerdocio y en el ámbito de la revisión en curso de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis.
--El 28 de abril, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada dedicada a los chicos y chicas que han recibido el sacramento de la Confirmación. Mientras el Santo Padre conferirá este sacramento a
un pequeño grupo de jóvenes.
--El 5 de mayo, el Papa presidirá la celebración eucarística con ocasión de la Jornada de las confradías y de la piedad popular.
--El 18 de mayo, el Papa presidirá las Vísperas de Pentecostés, dedicada a todos los movimientos, con la peregrinación a la tumba de Pedro y la invocación al Espíritu Santo.
--El 2 de junio, el Pontífice presidirá la solemne Adoración Eucarística, que también se realizará contemporáneamente en todo el mundo, con ocasión de la fiesta de Corpus Chirsti.
--El 16 de junio, se celebrará la Jornada de la Evangelium vitae, con la presencia del Papa, dedicada al testimonio del Evangelio de la vida, en defensa de la dignidad de la persona humana desde el primer instante hasta su último momento natural.
--El 22 de junio en la Plaza de San Pedro tendrá lugar el Gran Concierto por el Año de la fe.
--El 7 de julio en la Plaza de San Pedro, tendrá lugar ante la presencia del Papa la conclusión de la peregrinación de los seminaristas, novicios y novicias.
--Del 23 al 28 de julio, en Río de Janeiro, Brasil, Benedicto XVI celebrará la Jornada Mundial de la Juventud.
--Los días 18 y 19 de septiembre se celebrará el Seminario de estudio, organizado por la Congregación para la Educación Católica, para las universidades católicas sobre el valor del Catecismo d la Iglesia Católica en la enseñanza de la teología.
--El 29 de septiembre en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar la Jornada de los catequistas ante la presencia de Benedicto XVI, como ocasión para recordar el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
--El 13 de octubre, en la Ciudad del Vaticano tendrá lugar una Jornada mariana ante la presencia del Papa y de todas las asociaciones marianas.
--El 24 de noviembre, en la Ciudad del Vaticano, el Santo Padre presidirá la celebración conclusiva del Año de la Fe.

4—NUESTRA FE DENTRO DE LA IGLESIA (Tema central del Catecismo de la Iglesia. Nn. 142-184).

LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142  Por su revelación, "Dios invisible habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.

143   Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (Cf. Romanos 1,5; 16,26).
Artículo 1
CREO
I.                   LA OBEDIENCIA DE LA FE

144  Obedecer ("ob-audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.

Abraham, "el padre de todos los creyentes"

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hebreos 11,8; Cf. Génesis 12,1-4).
Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (Cf. Génesis  23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (Cf. Hebreos 11,17).

146  Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hebreos 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Romanos 4,3; Cf. Génesis 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Romanos 4,20), Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Romanos 4,11.18; Cf. Génesis 15,15).

147  El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hebreos 11,2.39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hebreos 11,40; 12,2).

María: "Dichosa la que ha creído"

148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lucas 1,37; Cf. Génesis 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lucas 1,45). Por
esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (Cf. Lucas 1,48).

149  Durante toda su vida, y hasta su última prueba (Cf. Lucas 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

II "YO SÉ EN QUIÉN TENGO PUESTA MI FE" (2 TIM 1, 12)
Creer sólo en Dios

150  La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (Cf. Jeremías  17,5-6; Salmo 40,5; 146,3-4).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto toda su complacencia (Marcos 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (Cf. Marcos 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed también en mí" (Juan 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Juan 1,18). Porque "ha visto al Padre" (Juan 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (Cf. Mateo 11,27).

Creer en el Espíritu Santo

152  No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: “Jesús es Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Corintios  12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Corintios  2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.
La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

III LAS CARACTERÍSTICAS DE LA FE
La fe es una gracia

153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16,17; Cf. Gálatas 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a todos gusto en
aceptar y creer la verdad”" (DV 5).

La fe es un acto humano

154  Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El.
155  En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s. th. 2-2, 2,9; Cf. Cc. Vaticano I: DS
3010).

La fe y la inteligencia

156  El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin
embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (Ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (Cf. Marcos  16,20; Hechos  2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).

157  La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H. Newman, apol.).

CONTINÚA EN EL FOLLETO Nro. 2.


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